La Asociación de Pediatría Argentina publicó un informe que puso en alerta a muchas escuelas: los efectos nocivos del uso excesivo de celulares en niños y jóvenes. La respuesta de varios colegios fue rápida y contundente: prohibir el ingreso de estos dispositivos. A primera vista, parece una solución sencilla y eficaz. Pero si nos detenemos un momento, la medida revela una lógica que más que resolver, profundiza problemas sociales complejos.
Al impedir el acceso al celular, se profundiza la brecha digital. En un contexto donde la igualdad de oportunidades debería ser un principio rector de la educación pública, esta decisión termina perjudicando a quienes no cuentan con otros recursos tecnológicos en el hogar. El celular, por más que pueda ser un motivo de distracción o mal uso, también es una herramienta fundamental para el acceso a la información, la comunicación y la participación social.
El verdadero desafío no está en el aparato en sí, sino en los modos de interacción que niños y adolescentes desarrollan con estas tecnologías. ¿Por qué adoptan prácticas nocivas? ¿Qué falta en nuestras escuelas y comunidades para acompañar ese proceso? Aquí es donde los espacios educativos pueden jugar un rol clave, promoviendo prácticas de lectura y escritura digital que sean críticas, situadas y emancipadoras.
En lugar de una lógica reactiva y cómoda, tal vez debamos pensar en abrir el diálogo y construir juntos estrategias que no eliminen, sino que potencien el vínculo con la tecnología desde un lugar de derechos y cuidado comunitario. Porque el futuro es colectivo y la educación pública, un espacio para crecer con igualdad.
Rolo Baza